lunes, 16 de junio de 2014

Madrugada

‘’Cada existencia tiene sus vaivenes, que es como decir sus pormenores. El tiempo es como el viento, empuja y genera cambios. De pronto nos sentimos prisioneros de una circunstancia que no buscamos, sino que nos buscó. Y para liberarnos de esa gayola es imprescindible pensar y sentir hacia dentro, con una suerte de taladro llamado meditación. De pormenor, en pormenor vamos descubriendo el exterior y la intimidad, digamos el milímetro de universo que nos tocó en suerte. Y sólo entonces, cuando encontramos al muchacho o al vejestorio que lleva nuestro nombre, sólo entonces los pormenores suelen convertirse en por mayores. ’’ –Mario Benedetti
Dio un par de vueltas más, el bochorno o estrés del momento lo envolvió y por mucho que lo quiso negar, se dio cuenta que no había logrado llegar a esa falsa realidad que lo alejaba de su propia verdad. Esa verdad que desde plena mañana le ha fastidiado no tanto la cabeza, sino, a su gastada alma. La casa muda, cual niña recién regañada. Los pisos crujían con lamentos invisibles, las paredes encerraban sueños, locuras y cansancios. Afuera, largas hojas seguían goteando presagios que bombardearos sus secas agonías. Pero en aquél cuarto, que yacía al fondo de un oscuro y cerrado pasillo, revoloteaban por doquier, como abejones de mayo, pensamientos y llantos escondidos, que a él no le permitieron tranquilidad existencial alguna.
Memorias, acudían a esa tarde recién vivida, donde él mismo tuvo que aceptar que su sentimiento no era un cosquilleo, ni un simple llamado de la pubertad en pleno veraneo. Pero no lo mortificó tanto el poder digerir aquél momento, más bien, fue el hecho de tener que olvidarlo, y cerrarlo –como muchos otros sentimientos algo evolucionados de su pasado- en un baúl que sólo él conocía, un baúl donde toda ilusión quedó desaparecida. El seguir luchando, por algo que ya tenía nudo, no lo convenció ni un poco, tampoco el seguir detrás de ella a como un perro sigue a su dueño.
La incógnita del porqué se elevó tanto seguían en pie. Quizás, pudieron ser sus caricias que de mañana en mañana, lograban realizar un amanecer interior, por más gris que estuviese el que lo rodeaba. O seguro, esos inocentes jugueteos, que tantas carcajadas, miradas de frente a frente y manos sujetas le dejó. También, pudieron ser esos detalles, pequeños regalos o favores, que ella sin que el joven le hablase, le entregó. Pero el ver, que desde una perspectiva machista, aquél contrincante que le superaba edad, parloteo, aceptación superficial y tiempo de llegada, ya la había encadenado, se juntó con aquél pesimismo, que fusilaba a su optimismo y justamente esa fórmula de abismos y tristezas, fue la que justamente esa mañana tranquila y rutinaria de Abril, hizo que se fuese en picada a su diaria realidad.
La noche continuó, sus intentos de acomodarse también, pero las vueltas que le daba a su situación tampoco se quedaron atrás. El sudor del enojo lo agobiaba aún más. Sudores pesados y fríos, que encierran a la persona en mil vaivenes. Decepciones y decepciones llegaron, pero cuando se dio cuenta, todas eran las mismas, el perderla. Miedos, sus más cercanos y duraderos enemigos, lo invadieron como un caballo de Troya, disfrazado de ilusiones y utópicas falsedades. Las dudas de si valía la pena o no, desdicharse la noche, por cuatro extremidades, un corazón, dos orejas y un rostro, que escondía, sollozos y desvelos húmedos, lo invadieron.
“¿Será que me estoy convirtiendo, momentáneamente, en un Don Quijote, y veo sólo lo que creo, lucho ante ello, lo persigo pero no es lo que es? ¿Podría ser, que sobrevaloro y anhelo, todo aquello que está en el rango de lo inalcanzable? ¿O simplemente, no logro diferenciar, el porqué de tus abrazos y el porqué de los míos?’’ Preguntas así y demás, fueron las que lo atormentaron mientras su cuerpo se establecía en la cama rodeado de mosquitos, y su espíritu caía con imprecisión al vació. Un vacío, que con lo único que fue llenado, es con el vino agrio de la derrota y el fallecimiento.
El silencio hizo dominio de la casa y los recuerdos de seres pasados se apoderaron de él. Los comparó, a la mayoría los guardó, pero a alguno que otro, de esos que parecieron de mentiras y sólo fueron errores de los encuentros del azar, fueron desechados pero igual formaban parte de aquella racha. Pudieron haber sido coincidencias, pero no. Todas y cada una de esas obras y novelas, tenían un mismo protagonista, un mismo orden secuencial, mismo conflicto y un mismo final. Y no un final cliché, donde la víctima cumplió su sueño en un baile de primavera, o el mismo, murió dejando una carta perdida para aquella muchacha que tanto amaba. No era una obra, donde él, era García Márquez y el resto, la crónica de una muerte anunciada, una muerte que él mismo, anunció, trajo y en la que quedó atrapado.
Creyéndose todos aquellos ‘’te amo’’, que conforme pasa el tiempo pierden valor y llegan a ser igual de ordinarios que un simple ‘’hola’’, o se transforman a lo mismo que un seco ‘’adiós’’. Con ánimas por los suelos, involuntariamente –o buscando un momento de distracción e incluso escapatoria de su propio ser- revisó el reloj con la cara estrellada, imaginando la imagen tan menospreciada que tenía de sí mismo, y casi era hora de que se escuchara el primer gallo a la distancia. Miró hacia el techo, reflexionó por una vez más el día anterior y todo su corto pero marcado pasado se proyectó en retrospectiva mientras se quitaba las cobijas. Unas cuantas gotas recorrieron sus mejillas y aterrizaron en la almohada.
Por una última y definitiva vez, un próximo encuentro lo obligó a darse una vez más una vuelta. Miró hacia el otro lado del cuarto, en su mirada se intervino su tiesa mano y unos cuantos cuadernos y botellas ya vacías. Se enfocó en lo que estaba próximo a él y apareció. Notó que al lado suyo, en todo este tiempo, había estado –y estará- aquella fiel amante y pareja, que de día y de noche lo acompañaba. Aquella dama, con la que platicaba no siempre de buenas, pero afortunadamente no siempre de malas. Aquella dama, que era exclusivamente propiedad de él y de su agitada alma. Una mujer de consuelos y pasiones, cantos y gritos, mormullos y chismes. Una joven de humildes pensamientos con espejos narcisistas. Figura fémina, que en intimidad con jóvenes adueñados de relaciones recién terminadas, y escombros sexuales de resacas al terminar las madrugadas, tiene marco de oro y picaporte de diamante. Pero cuando se le aparece, a aquél que necesita incluso, de la más exótica serpiente un beso apasionante, bajo esa sombra de la rutinaria e involuntaria, empolvada vida amorosa, no es más que la pesa que sujeta las cadenas del ave con alas de colibrí y fuerza de halcón. Una joven que él mismo trajo y él mismo sedujo con tal de quedársela. Aquella dama, a quién le gustaba llamar Soledad.

Y es cierto cuando las lenguas dicen que nuestro peor enemigo, es uno mismo.

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